Pepe Leyva, uno de los más experimentados sería quien piloteara en mi primera experiencia. Me da la confianza necesaria para salir, si el tiempo lo permite. En la arrancada, las miradas de Pepe y mía se enfocaban en la veleta de la zona de despegue. Emprendimos la carrera. La adrenalina corre por el cuerpo, y aumenta su ritmo conforme la tierra se alejaba hacia abajo. Ya en el aire, mis pies se enredaron con el patín mientras Pepe comenzaba las maniobras para torear a las termales en nuestro camino hacia abajo. Toreamos termal tras termal con mucha pericia, aunque perdí la cuenta de cuantas fueron mientras el sonido del vairometro nos indicaba la dirección que debíamos tomar. La mejor termal que tuvimos fue de 3.5 m/s, y de cierto modo agradezco que haya estado tan leve, pues la caída estuvo fuerte, y las hormigas dentro de mi estómago estuvieron a punto de salir y volar junto a nosotros.
Debajo de nosotros, uno o dos halcones cola roja volaban de la misma forma. El total de nuestro vuelo fue de 20 minutos.
He practicado paracaidismo, pero no es lo mismo por mucho. El cuerpo en caída libre es sin duda más veloz, pero la experiencia es más corta. El glider puede mantener el vuelo más de 3 minutos fácilmente, que es por lo general lo que dura una buena sesión de paracaidismo. Sin duda el cielo es el mejor lugar para estar, aunque sea por corto tiempo.
El aterrizaje fue abrupto pero mejoró las condiciones de la adrenalina en el cuerpo. La verdad tengo que admitir que fallé al empujar a Pepe hacia adelante para poder aterrizar parados, por lo que aterrizamos de rodillas. Los únicos que lamentaron nuestro aterrizaje fueron nuestros pantalones y la tierra sembrada de alfalfa a la que dejamos marcada.
Ya en tierra, la perspectiva vuelve a ser la misma, y las aves ahora se tienen que volver a mirar desde abajo. Definitivamente tengo que comprarme un glider.
Bernardo Y.A.